Lima, 24 de julio del 2002
¿El honor es su divisa?
En la madrugada del sábado 20 de julio, los malabares con fuego realizados por uno de los trabajadores de la discoteca Utopía, en Lima, dieron origen a un incendio que costó la vida de treinta jóvenes que murieron asfixiado por los humos tóxicos que el abundante material plástico, envuelto en llamas, expedía.
La ausencia de extintores, la carencia de un sistema de prevención de incendios, la falta de señalización en las salidas de emergencia (que, además, estaban bloqueadas con mesas y sillas), sumadas al exceso de público, la presencia de animales salvajes, el pánico colectivo ante el fuego y el corte del fluido eléctrico, fueron los elementos que confabularon contra los asistentes a una fiesta especial, denominada “Zoo”, con la que la discoteca celebraba dos meses de funcionamiento.
¿Los responsables? Un grupo de mal llamados empresarios que, como modernos mercenarios, buscaron disminuir sus gastos (y acrecentar sus ganancias) evadiendo todas las obligaciones que, en materia de seguridad, son (o deberían ser) exigidas a los establecimientos que reúnen gran cantidad de personas. Un centro comercial quebrado y en proceso de reestructuración, el Jockey Plaza, cuya desesperación por dinero fresco permitió, de manera cómplice, que un local comercial abriera sus puertas contraviniendo todas las normas vigentes, desde la construcción de los ambientes (que carecía de licencia) hasta su puesta en funcionamiento. Un municipio, desde el alcalde hasta el último de los burócratas, que escudándose en argumentos falaces como “por cerrar otros locales ya tengo un centenar de juicios penales”, permitió de manera indolente y culpable que la discoteca atendiera sin observar las exigencias de Defensa Civil. Un poder judicial, detestable y corrupto, que aceptando acciones de amparo, dilatorias y encubridoras, tiene atados de manos a los burgomaestres que ven abiertos, por orden del juez, los establecimientos que sólo 24 horas antes clausuraran por incumplir con las disposiciones municipales. Un poder legislativo, incompetente e ignorante, que gasta su tiempo (y el dinero de los contribuyentes) en discusiones bizantinas y líos de callejón sin dictar normas razonables que hagan posible a la autoridad local ejercer el poder que el pueblo puso en sus manos.
¿Habrán sanciones para algunos de los que cargan en sus conciencias (si tienen) con treinta vidas truncas y desbaratadas en su mejor época? No hay duda que algún chivo expiatorio pagará la factura de la irresponsabilidad colectiva y, como la cuerda siempre se rompe por el lado más delgado, será el infeliz que jugó con bencina y fuego, el que vaya tras las rejas. Y ocurrirá así solamente porque la tragedia sucedió en una discoteca exclusiva y entre los fallecidos se encuentran hijos y sobrinos de personas poderosas. Digo esto con indignación. Sólo hace siete meses, en diciembre del 2001, más de 300 personas perdieron la vida en Mesa Redonda, un mercado popular del centro de Lima, en un incendio que respondió, con otros detalles, a las mismas negligencias y los mismos delitos que originaron la desgracia de Utopía, pero como Juan Pueblo no tiene quién lo represente, hasta el día de hoy nadie ha sido responsabilizado.
Si todos estos acontecimientos son dolorosos y lamentables, no deja de convertirse en un hecho repugnante el desvalijamiento al que fueron sometidas algunas de las víctimas del incendio. El más asqueroso de los delitos es la rapiña, el pillaje de carroñeros que roban los bienes de los heridos y fallecidos en medio de la desesperación y de la confusión que originan una tragedia. Pues bien, la policía, la fuerza pública, tiene entre sus obligaciones mantener el orden y velar por la seguridad ciudadana. Cuando ocurre una desgracia su presencia impone respeto, vela por los heridos y garantiza la integridad de los afectados. O así debiera ser.
Larry estaba en Lima disfrutando de sus vacaciones. Él hace mucho residía en los Estados Unidos y venía todos los años a pasar unos días con su hermano quien vive y tiene negocios en el Perú. Ellos y un grupo de amigos se pusieron de acuerdo para ir a celebrar el cumpleaños de Alex a la discoteca Utopía. Antes, como decidieron que luego de la fiesta irían directamente al sur a inspeccionar la construcción de una casa de playa que ambos estaban levantando, pasaron por el banco y Larry retiró de su cuenta la suma de 1,200 dólares. Además, llevaba consigo una cadena, dos tarjetas de crédito internacionales, dinero en moneda local y un costoso reloj que le había sido regalado por su familia.
Cuando las llamas empiezan a devorarlo todo, las luces se apagan y el humo comienza a envenenar a los jóvenes que no entienden bien qué está sucediendo. Se desata la histeria colectiva y el grupo, que había estado divirtiéndose y bailando, se deshace. Hay gritos por todas partes, las fieras braman de miedo, las mujeres son presas del pánico, no se ve sino a diez centímetros de distancia, todos empujan, todos corren, el humo se mete en los pulmones y cada quien busca la manera más rápida de abandonar el lugar para respirar aire fresco.
Alex sale con su novia y, en la puerta, espera desesperado por los demás. Pasan los minutos y entre los centenares que huían despavoridos no logra ver ni a su cuñada ni a su hermano. En eso, alguien saca a la hermana de su novia, aún con vida, y él, de inmediato, la acompaña en un auto policial a la clínica más cercana (en los alrededores del centro comercial, a sólo cinco minutos hay, por lo menos, media docena de clínicas) donde, lamentablemente, fallece. En medio del drama, regresa a la discoteca y, luego de un áspero y largo altercado con los miembros de seguridad que le impedían el paso, logra ingresar. Allí encuentra que todo estaba consumado. El local había sido evacuado por completo y los heridos habían sido trasladados en busca de atención médica. En la pista, puestos uno al lado del otro, yacían los cuerpos sin vida de dos docenas de jóvenes. Alex fue buscando a Larry inútilmente, sólo quedaba un cadáver en una bolsa de plástico. Porfió con la fiscal a cargo y ésta le negó, reiteradas veces, la posibilidad de saber si el cuerpo era el de su hermano; sólo una hora después, aceptó la revisión. No era Larry.
Era las 4:00 de la madrugada y ya no quedaban heridos en el lugar. Alex empezó a buscar clínica por clínica, sus amigos llamaron a todos los hospitales de Lima y a la misma morgue central. Nada. Nadie sabía nada de su hermano. Las horas pasaban y la angustia crecía. Sólo a las 10:00 de la mañana les informaron que en el Hospital Dos de Mayo, al otro extremo de Lima, se encontraba el cadáver de un ciudadano chileno. Cuando preguntó por el nombre le dijeron: Lawrence Von Ehren.
¿Ciudadano chileno? ¿Hospital Dos de Mayo? ¿Cómo pudiera ser posible todo eso? ¿Qué hacía su hermano en el otro lado de la ciudad? ¿Cómo llegó hasta allá? ¿Quiénes lo llevaron en la ambulancia? ¿Qué estaba sucediendo? Él y los amigos con los que había estado toda la mañana buscando a su hermano fueron hasta el hospital y confirmaron la mala nueva. Sí, era su hermano.
Pero a la tristeza de la muerte se sumó la indignación, Larry estaba despojado de casi todo, no tenía consigo sus documentos, su billetera ni su reloj. Alex montó en cólera, recriminó a los médicos de guardia, que se hacían los desentendidos y, tras una acalorada discusión, se le acercó un policía que le dijo muy quedo: “señor, acá, en una bolsita están las cosas de la víctima...”. Así aparecieron la cadena, unas llaves y el permiso de conducir que el estado de Texas (cuya bandera es semejante a la chilena) le había concedido. El dinero, las tarjetas de crédito y el costoso reloj habían desaparecido.
Alex siguió investigando y los encargados del hospital, tratando de librarse de cualquier responsabilidad, dijeron (y mostraron los documentos que lo confirmaban) que el cuerpo había llegado sin vida a las 5:15 de la madrugada. Hasta le dieron el número de placa de la ambulancia que lo trasladó. Allí se dispararon todas las preguntas, ¿cómo, si a las 4:00 a.m. Alex comprobó que no habían ya heridos en el lugar del desastre, el cuerpo de Larry llegó 75 minutos después al hospital? ¿Qué sucedió en esa hora y cuarto? Cuando fue trasladado, ¿Larry aún estaba con vida? Si fue así, ¿por qué lo llevaron a un hospital público al otro extremo de la ciudad si a sólo cinco minutos se encuentran media docena de clínicas? Si ya había fallecido, ¿por qué se lo llevaron? ¿Por qué?
La muerte es atroz. La muerte de un hermano por la irresponsabilidad y negligencia de empresarios fariseos y autoridades blandengues o corruptas, es más dramática todavía. Pero a eso verle sumado el saqueo y el robo por parte de la misma policía, es algo inconcebible y asqueroso. Y no fue éste un hecho aislado. Varios padres han denunciado que sus hijos fueron despojados de todos sus objetos de valor y, para hacer más inconcebible y repugnante la acción de los guardias, hay versiones que afirman que los casilleros de seguridad, donde los jóvenes guardaban carteras, billeteras y documentos, fueron violentados. Un testigo declaró en la televisión que el bar fue saqueado y las costosas botellas de licor desaparecieron.
Como me dijo un amigo, “la mala suerte de Larry fue ser trasladado en la ambulancia de la policía”, así de absurdo como se lee. Es que caer en manos de las “fuerzas del orden” en el Perú es peor que dar con los huesos en una cueva de ladrones. La mafia, por más repudiable que sea, tiene normas, leyes, principios inmutables que se respetan o se termina con un plomo en la cabeza. La policía nacional, salvo esas honrosísimas excepciones de honestos y valientes que no logran redimirla, ha sido desbordada por pillos de mayor o menos monta. Y lo peor es que todos somos culpables.
Cada vez que un patrullero nos detiene por haber cometido una infracción y le damos unas monedas “para una bebida”, estamos estimulando la corrupción; cada vez que vamos a la comisaría y le damos “para comprar papel” al policía que va a redactar el certificado de antecedentes que necesitamos, estamos hundiéndonos más en el pantano; cada vez que le “rompemos la mano” al guardia que tiene que hacer el parte policial narrando las circunstancias del choque (y olvidando algunos detallitos “para que pague el seguro”), estamos delinquiendo con ellos.
Hemos convertido a la gendarmería en una potencial banda de criminales, en buitres que están a la espera de la primera oportunidad para cometer una fechoría. La policía (los malos, se entiende) te “siembra” cocaína para extorsionarte, desmantela tu automóvil si es llevado al depósito y te saca dinero cada vez que puede. Hace poco un suboficial, junto a tres miembros del serenazgo de Miraflores, asesinó a golpes a un torero español y, aunque cueste creerlo, no es raro que caigan banda de delincuentes conformadas por uniformados en actividad.
Hay un viejo lema, utilizado por las fuerzas policiales de varios países y por la nuestra, que reza: “el honor es su divisa”, hoy no hay nada más extraño que eso. La deshonra, el robo, la rapacería y el crimen ahogan una institución que fue creada para brindarnos seguridad. Pregúntenle a cualquier ciudadano del Perú qué siente cuando ve un policía y las respuestas más comunes serán, “miedo”, “aversión” y “desprecio”.
En el colmo del cinismo y el encubrimiento, la secretaría de prensa de la Policía Nacional ha lanzado un comunicado diciendo que el cuerpo de Larry fue trasladado a las 5:00 de la madrugada y, milagrosamente, llegó hasta el Dos de Mayo en sólo quince minutos. Nada se dice de sus pertenencias, nada de los bienes robados, nada del examen forense. Se argumenta que las clínicas “habían colmado su capacidad” cuando se sabe que varias de ellas sólo recibieron a cuatro o cinco heridos. Un asco. La miseria institucionalizada. ¿Y el ministro? Bien, gracias. ¿Y el jefe de la policía? Bien, gracias. ¿Y la fiscal? Bien, gracias, mientras declara que las investigaciones tomarán, al menos, quince días. Total, qué importa, supondrá que los muertos no tienen prisa.
¿Cuánto vale una vida en el Perú? ¿Los ochocientos dólares que llevaba el torero español asesinado en Miraflores? ¿Los mil doscientos y el reloj que portaba Larry? ¿Hasta cuándo la impunidad? ¿Hasta cuándo el desamparo? A nuestro genial ministro del interior no se le ocurrió mejor idea, cuando se supo que miembros del serenazgo habían cometido el homicidio en agravio del ciudadano español, que sugerir que el dinero que la comunidad paga para solventar a los serenos, pase a la policía “para mejorar sus recursos”. ¿Y para qué, entonces pagamos impuestos? ¡Para qué nos persigue Contribuciones como si fuéramos criminales? ¿Qué sucede? ¿De dónde sacamos a nuestras autoridades? ¿Hasta cuándo estaremos sitiados por inútiles e incapaces, por delincuentes y encubridores, por cómplices y cobardes que copan todas las instancias del poder público? ¡Pobre país el Perú!
Terminaré, con pena, parafraseando una de las líneas más duras, y ciertas, escritas por Julio Ramón Ribeyro: “Larry vino a morir en un hospital miserable, rodeado de miserables, en un país miserable...”.
Presente!!! .
Alvaro Sayán Ormazábal (27)
Arturo Leca Fuentes (30)
Carlos Augusto Haaker Pérez (29)
Carolina Eugenia Fischmann Rodríguez (26)
Daniela Amanda Feijo Cogorno (28)
Eduardo Antonio Majluf Tomasevich (29)
Flavio Renato de la Valle García Rosell (30)
Guillermo Vilagrón Gaviria (25)
Jorge José Diez Martínez (30)
Jorge Karín Bugosen Chalupa (25)
Luis Enrique Ramírez Bacigalupo (27)
Mariana Cristina Liceti Fernández – Puyo (24)
Maritza del Pilar Alfaro Melchiore (25)
Maura Rocío del Pilar Solórzano Gonzales (24)
Miguel von Ehren Campos Lawrence (33)
Orly Gomberoff Elon (22)
Pedro Michael Bugosen Chaluja (34)
Ricardo Martín Valdivia Rivera (27)
Roberto Belmont Ibarra (28)
Sandra Liliana Cevallos Machelli (25)
Silvia Virginia de la Flor Icochea (26)
Vanesa Humbel Bruga Cisneros (25)
Vanessa Ximena Caravedo Guidino (21)
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1 comentario:
Recuerdo la historia de Utopía, hoy fui a ver la película inspirada en los hechos tal y como ocurrieron aquella vez.
Es verdad, es realmente lamentable y hasta da asco pensar en como la corrupción opera en nuestro país y así en todo el mundo!
Es frustrante no poder hacer nada, pasé gran parte de la película llorando imaginando lo que todas estas víctimas inocentes debieron pasar, así como la gente que logró escapar así con vida. Lamento muchísimo lo sucedido, también me siento impotente y puedo imaginar lo que sienten aún las familias de todos esos chicos, sé que la justicia no siempre llega al menos no en los poderes judiciales que rigen nuestro "mundo" pero también soy una creyente de que existe la energía y que lo que se hace en vida, en vida se paga. Te aseguro que los prófugos de la justicia y los que estuvieron implicados que no aparecen ahí tampoco van a terminar sus días muy mal, quemándose con su conciencia, y si no es en esta vida y realmente vivimos muchas vidas tienen una deuda muy grande que pagar.
Mis pensamientos hoy quedan con todos los que vivieron Utopía aquella noche! en verdad lo lamento : (
@fio_thetraveler
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